Hay días en los que, por más que queramos, las cosas simplemente no fluyen como imaginamos. Días en los que todo pesa un poquito más y aunque a veces nos incomoden, esos días también son necesarios porque nos invitan a detenernos, a mirar hacia adentro y a escuchar con más atención eso que quizás hemos estado ignorando.
Así como aprendemos a valorar los días en los que todo fluye con ligereza y todo parece estar en su lugar, también es importante entender que los días grises, tristes o nostálgicos traen consigo una enseñanza silenciosa. Llegan para mostrarnos la otra cara de la vida, para que cuando regrese la luz, la alegría y esos momentos bonitos que tanto bien nos hacen, sepamos reconocerlos y abrazarlos con más gratitud.
Esos contrastes nos enseñan a mirar lo simple con otros ojos, a saborear con más calma los días tranquilos, las sonrisas sinceras, la risa compartida, el café calentito, la música que abraza o ese abrazo que a veces salva sin decir nada, porque si todo fuera perfecto todo el tiempo, dejaríamos de percibir la magia que habita en las pequeñas cosas.
Al final, todas las emociones tienen su propósito y todas las estaciones del alma son necesarias para que podamos crecer, aprender, soltar, agradecer y volver a empezar con más amor, con más conciencia y con más compasión hacia nosotros mismos.
Confía, cada día tiene algo que enseñarte, incluso esos en los que parece que nada está saliendo como esperabas.